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Dentro de las sorpresas inexplicables de la particular historia del Valencia cabe colocar desde anoche lo sucedido en Praga. Para aquellos que se levantaran de su sofá allá por el minuto 80 cansados y satisfechos del monólogo valencianista, o que juguetearan con el mando a distancia dando por segura la victoria ché (todos lo creíamos así, la verdad, visto lo visto), el regreso sólo tres minutos después al encuentro de los de Unai supondría un trauma, una broma de mal gusto, una catástrofe que linda con lo sobrenatural, pero esto es fútbol y el Valencia es el Valencia. Tras 80 minutos magníficos, de monólogo valencianista y merecedores de una ventaja considerable, se llegó a la recta final con un 0-2 que también apuntaba a más que suficiente, máxime porque el Slavia jugaba hacía media hora con uno menos y no tenía argumentos para soñar con la remontada. Pero llegó el tembleque y entre un córner mal defendido y una empanada posterior que costó una contra letal, el buen trabajo anterior se fue al traste y para la historia (y para el presente) quedará que el Valencia se dejó empatar un partido de manera absurda y que él solito se complica un pase que tenía casi en la mano.
Viendo la hora de gran juego mostrada por los de Unai, el doble tropezón duele aún más porque en parte deslegitima muchas de las buenas sensaciones que se habían creado. Por ejemplo, que las rotaciones están legitimadas siempre que se hagan con mesura y calibrando pros y contras. Ayer se hizo y el Valencia pasó por encima del Slavia, hasta la chapuza final, y recuperó jugadores para la causa. Con esto, Emery, que había abonado durante 80 minutos su parcela de credibilidad, vio cómo por errores infantiles todo se venía abajo pues para los que están bajo la dictadura del marcador, esos tres minutos fatídicos le restan validez a una política de rotaciones que estaba permitiendo a los chés dar la cara en las tres competiciones. No es que por el empate de ayer ya no la estén dando, es que los partidos duran lo que duran y los valencianistas desaparecieron durante tres minutos y eso fue suficiente para derrumbarse. La lección se la deben escribir los futbolistas en sus taquillas y repasarla cuando vayan a salir a un campo.
El equipo echó por tierra todo lo bueno que había construido y el espaldarazo de ánimo por el buen juego y una victoria que se daba por hecha mutó a dudas sobre la fragilidad de una zaga que en tres minutos se ve superada dos veces por un rival inferior en calidad y número. No es culpa sólo de la defensa, todos contribuyeron a lo bueno (hubo mucho) y a lo malo (poco, pero muy doloroso). Por quedarnos con parte de lo positivo, se demostró que el grupo es suficiente para pelear en todos los frentes y que nadie, ni titulares ni suplentes, baja los brazos porque no le motive un escenario, un rival o una competición menor. En Praga dieron la cara desde el inicio los que no vienen jugando en Liga y también los que sí lo hacen, sin desgana. Lo que hubo fue relajación y faltó dar la puntilla, porque ocasiones hubo de sobra y eso no se puede pasar por alto.
Viendo la hora de gran juego mostrada por los de Unai, el doble tropezón duele aún más porque en parte deslegitima muchas de las buenas sensaciones que se habían creado. Por ejemplo, que las rotaciones están legitimadas siempre que se hagan con mesura y calibrando pros y contras. Ayer se hizo y el Valencia pasó por encima del Slavia, hasta la chapuza final, y recuperó jugadores para la causa. Con esto, Emery, que había abonado durante 80 minutos su parcela de credibilidad, vio cómo por errores infantiles todo se venía abajo pues para los que están bajo la dictadura del marcador, esos tres minutos fatídicos le restan validez a una política de rotaciones que estaba permitiendo a los chés dar la cara en las tres competiciones. No es que por el empate de ayer ya no la estén dando, es que los partidos duran lo que duran y los valencianistas desaparecieron durante tres minutos y eso fue suficiente para derrumbarse. La lección se la deben escribir los futbolistas en sus taquillas y repasarla cuando vayan a salir a un campo.
El equipo echó por tierra todo lo bueno que había construido y el espaldarazo de ánimo por el buen juego y una victoria que se daba por hecha mutó a dudas sobre la fragilidad de una zaga que en tres minutos se ve superada dos veces por un rival inferior en calidad y número. No es culpa sólo de la defensa, todos contribuyeron a lo bueno (hubo mucho) y a lo malo (poco, pero muy doloroso). Por quedarnos con parte de lo positivo, se demostró que el grupo es suficiente para pelear en todos los frentes y que nadie, ni titulares ni suplentes, baja los brazos porque no le motive un escenario, un rival o una competición menor. En Praga dieron la cara desde el inicio los que no vienen jugando en Liga y también los que sí lo hacen, sin desgana. Lo que hubo fue relajación y faltó dar la puntilla, porque ocasiones hubo de sobra y eso no se puede pasar por alto.
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